Nicolás espió con un ojo la claridad ausente y rodó en su cama sin ánimos de levantarse.
Tenía los brazos y las piernas enredados en un cuerpo mullido que no era el de su esposa, si no el de la almohada. Milagrosamente su cabeza no le dolía, no repicaban los gritos de sus hijos en el cuarto contiguo. No había olor alguno en la habitación, ni en toda la casa y las ventanas y las puertas estaban abiertas de par.
Nicolás se puso de pie, limpio con sus dedos las lagañas y cuestiono:
Nudo
Susana estaba en un bar, junto a la ventana, de frente a una gran taza de café con leche. Tenía el pelo corto, rubio y enrulado; la mirada ausente en las calles desoladas de una mañana ventosa. Estaba sola e inmóvil; sus manos lucían arrugadas y sin vida; sus senos caídos bajo la camisa blanca.
Era una mujer detenida…, sin ojos, sin labios, sin pliegues ni semblante.
Entonces fue cuando retorció con su mano derecha, donde llevaba el cintillo, la tela negra de su falda por encima de sus rodillas lastimadas y dejo caer una lagrima tibia que acaricio su pómulo hasta saltar al vació y desaparecer en aquel liquido frió, amorronado y tembloroso.
De sus ojos verdes cayo; luego bebió un poco.
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Desenlace
Rodrigo y Martín, sus hijos, no despertaron esa mañana, aun descansaban como hace exactamente trescientos sesenta y cuatro días en la misma bóveda privada que dono un automovilista ebrio.
La necesidad es una, e imposible de engañar.
3 comentarios:
A veces medejas sin palabras... este finde he estado fuera y no me había pasado por aquí...
Esta historia da muchoooo de si,muy buena!
Besicos
gracias belen, no sabes la importante felicidad que me da poder llegar a alguien con unas simples palabras.
gracias
La historia, como está escrita, me ha gustado. Está bien narrada, con un ritmo lento pero constante. Consigues trasmitir el sentimiento de pesadumbre que carga el texto.
Únicamente le metería algo más de fuerza al final, una pequeña palabra quizás más alta o potente que la otra como colofón final. Sólo eso.
Un saludo,
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